miércoles, 20 de abril de 2011

 Despertador + Ducha + Un par de tostadas con miel + Ropa limpia + Trabajo + Vuelta a casa = Rutina diaria.

Todo esto es lo que le hacía falta a Martika y todo lo que ella quería tener; era su ecuación perfecta. Hacía tiempo que había decidido comenzar una nueva vida y para eso había dejado atrás muchas cosas: su antiguo trabajo, su familia, su ciudad natal, su pareja, su piso de dos habitaciones. Adquirió un gato (no le gustaba estar completamente sola), se instaló en un piso de una habitación, quería dejar claro a todo el que entrase que ahí no había sitio más que para ella y su gato, se compró una guitarra que no aprendió a tocar nunca pero que le hacía ilusión tener, era como su tótem.

Cada día hacía lo mismo una y otra vez, hasta que un día mientras caminaba se topó con un hombre alto, fuerte y bastante robusto, con mirada fría y penetrante. Ella iba caminando a su lado, iban casi al mismo ritmo y Martika no podía evitar mirarle, cada vez que intentaba apartar la mirada algo en su interior la empujaba a seguir mirándole.  Martika, que había sido muy curiosa desde pequeña, decidió que no pasaba nada por romper la rutina un día, de repente el hombre robusto giró bruscamente y cruzó la calle corriendo, para, contra todo pronóstrico, andar en la dirección opuesta a la que supuestamente iba. Martika se quedó bastante sorprendido y aquello acrecentó su curiosidad así que ella decidió imitarle y estuvo siguiéndole un par de horas, tras darle  varias vueltas a la manzana el hombre robusto llegó a una pequeña puerta medio destartalada que parecía estar escondida entre unos matojos, en un callejón sombrío; Martika, que no se atrevía ni a asomarse por aquel lugar, decidió espiar desde la esquina y asomar la cabeza de vez en cuando para atisbar algo del panorama. La primera vez que se asomó vio al hombre robusto frente a la puerta, no se atrevió a mantener la mirada durante mucho tiempo aunque puedo escuchar cómo la golpeaba con un ritmo frenético. Al segundo vistazo pudo ver la puerta abierta, el hombre robusto no estaba, sin embargo sí que había otro hombre, rubio de pelo rizado, con ojos como lagos, casi hipnóticos.
Martika sentía que el pecho le iba a estallar, notaba cómo le latía el corazón y casi le dolían los oídos. Decidió que había tenido suficiente aventura por un día y volvió a casa. Volvió a su rutina, a darle de comer a su gato, Micho, volvió a regar las plantas que el expropietario le había dejado en herencia y volvió a meterse en la cama, con un vasito de leche calentito y con el mando del televisor a un lado. Se puso a pensar en el hombre robusto, en la puerta, en el hombre de pelo impoluto y en su miniaventura y mientras todo eso daba vueltas en su cabeza, se quedó dormida con la tele encendida.

Cuando despertó y vio la hora se quiso morir. Era tarde, muy tarde, no le dio tiempo de desayunar, se dio una ducha rápida y al trabajo. Salió más tarde de lo acostumbrado y allí estaba, otra vez, el hombre robusto, esperándola. La sujetó del brazo, con bastante fuerza, aunque eso a Martika no pareció molestarle en absoluto. La llevó de vuelta al callejón, volvió a repiquetear en la puerta, salió el hombre rubio y haciéndole un gesto al hombre robusto, hizo que éste la soltara de pronto y se fuese. Martika estaba muy asustada pero no le salía la voz para gritar y pedir auxilio, además, todavía no le había pasado nada malo y la intriga le podía más. El hombre rubio le sujetó la mano derecha con dulzura y se inclinó para, mientras se la besaba, pedirle disculpas por el trato dado por su "amigo". Martika tenía los ojos abiertos, tan abiertos que tenía la sensación de que se le iban a salir de las órbitas, de ello se percató el hombre rubio y le sujetó de los hombros para intentar tranquilizarla un poco, le susurró al oído que podía estar tranquila, que sólo quería conocerla.
Todo esto le resultaba muy extraño a Martika pero, a la vez, sumamente excitante.
El hombre rubio, que se había presentado con el nombre de Kilian, la llevó a una pequeña habitación donde había una mesa y un par de sillas. En la mesa había una tetera y un par de tazas pequeñitas y un platito con azucarillos. Martika se sentó y se preparó un té para ella y otro para él, lo hacía con una naturalidad sorprendente, no parecía que tuviese consciencia de donde estaba metida.
Kilian tomó varios sorbos de té y comenzó a contarle a Martika que la había estado observando desde hacía algún tiempo y que le resultaba curioso cómo ella había seguido a su "amigo" sin que éste hubiese podido despistarla.
Sacó un pequeño medallón que le colgó del cuello sin que ella se opusiese en ningún momento. El medallón era de oro blanco, con un águila y un tigre dibujados en la parte frontal y un ave fénix en la parte trasera. Le dijo que había pertenecido a su familia desde hacía generaciones y ahora le tocaba tenerlo a ella. Martika se quedó muy extrañada, acababa de conocer a ese tipo y ya se había metido casi de lleno en su vida. Martika, muy asustada (casi histérica), chilló y le tiró la tetera a la cara, dándole parcialmente en la cara con el agua caliente. Kilian, con la mano tapándose la parte donde el agua le había quemado la cara corrió hacía ella, la persiguió hasta que la perdió de vista en la calle principal.

Martika se tapó con su sábana completamente, como hacía cuando era pequeña y había tenido alguna pesadilla. Ella y su sábana impenetrable. Martika despertó esta vez bastante tranquila, y a su hora, volvió a su rutina de siempre, desayuno, ducha, trabajo...
Al volver a casa notó algo distinto, algo faltaba; la comida de Micho estaba intacta, no había pelos por ninguna parte, todo era muy raro. Salió al descansillo y llamó a un vecino, le preguntó por su gato y la única contestación que recibió fue "¿qué gato?", por otra parte entendía que era un hombre mayor y que a veces se les suele ir la cabeza un poco. Probó con otro vecino y recibió la misma respuesta, Martika ya estaba empezando a angustiarse, era como si su gato no hubiese existido nunca, pensaba que allí la gente tenía graves problemas auditivos porque no entendía cómo podían no haber escuchado ni un maullido ni un ronroneo en aquel bloque casi desértico.
Volvió a meterse en su cama, había hecho la compra por internet hacía pocos días y tenía suministros para estar dos o tres días sin salir de casa, además era viernes. Volvió a dormirse con la tele encendida pero esta vez al despertar lo hizo con un sudor frío, algo andaba más que mal en casa. La puerta de su cuarto estaba abierta y un medallón colgaba del pomo.
Kilian, el medallón de Kilian. Decidió ir a hacerle una pequeña visita, pero esta vez iría preparada, al menos con un buen spray de pimienta, por si las moscas. Se presentó allí y empezó a dar golpetazos en la puerta, hasta que Kilian le abrió, tenía media cara vendada pero el pelo le había quedado intacto. Le contó que estaba en coma, que se tenía que decidir y que su vida dependía de un hilo. El medallón era una prueba y la había pasado. Martika no entendía nada, ella no estaba en coma, estaba perfectamente, no recordaba que le hubiese pasado nada, había estado haciendo su vida normal como siempre, a excepción de esa aventurilla, así que lo único que hizo fue reirse en plena cara de Kilian. Éste, que ya se lo veía venir le mostró un par de informes médicos que decían exactamente lo mismo que él le había explicado. En el informe aparecía el nombre completo de Martika, su dirección, número de la seguridad social y demás datos personales pero ella estaba ahí, sentada, no en una cama de hospital.
Kilian le dijo que todo se trataba del corazón, que le había estado fallando y que era hora de decidirse. Ella no entendía nada, no sabía de qué estaba hablando y no sabía ni qué hacer ni qué decir. Kilian le explicó que hacía tiempo había hecho una mala elección y que ella en el fondo lo sabía. Que el corazón de más de una persona había sufrido mucho y que era el suyo el que ahora corría peligro. Ella le dijo que no entendía nada y Kilian se limitó a acompañarla a la puerta.

Martika aquella noche tuvo un montón de pesadillas, se despertó varias veces de madrugada y al despertarse por la mañana tenía un nudo en la garganta que le angustiaba demasiado. El último sueño no había sido una pesadilla exactamente, le había hecho levantarse a ducharse con agua fría (algo que nunca hacía antes de desayunar); había soñado con Kilian, con el Kilian que atisbó mientras espiaba, el de los ojos azules cual lago y el de los rizos rubios como el oro. Había soñado que aquella noche él le acompañaba a su casa, ella le preparaba algo de cenar y mientras ella recogía los platos él la había abrazado con fuerza, en ese momento ella se giraba y él acercaba su boca para besarla pero no la besó, le mordió el labio haciendo que un hilo de sangre recorriese la barbilla hasta el pecho de Martika. Martika se sentía excitada pero no sabía qué hacer, hacía bastante tiempo que no se había visto en esa situación. Pero Martika no tuvo de qué preocuparse. Kilian la cogió con fuerza del brazo y la llevo hacía la cama, la tiró bocabajo y le subió la falda, mientras le daba bocados en la espalda, le acariciaba los muslos, recorriendo con los dedos cada centímetro hasta llegar a la entrepierna, que ya estaba húmeda pero en la que siempre quería resalcirse hasta casi hacer llegar al clímax a sus amantes. Pero a Martika le estaban excitando más los mordiscos que la mano extrañamente cálida en su entrepierna, ella no paraba de gemir y él no paraba de insultarla. A ella no le gustaban ciertos insultos pero sí le gustaba ser sumisa, le gustaba seguir órdenes y sentía que le podían pedir cualquier cosa. Kilian la puso de lado y empezó a penetrarla con fuerza, ella se estremecía cada vez más y sus gemidos eran cada vez más fuertes. De repente Martika se levantó y cogió a Kilian por el pelo, lo sentó en el suelo permitiendo que su espalda  se apoyase contra la cama y empezó a azotarle las piernas, a agarrarle con fuerza los brazos a la vez que intentaba pegarle en la cara. Se sentía muy excitada, nunca había llegado a estar así y sentía que no necesitaba tener el control de nada, sentía que debía dejarse llevar. Kilian no para de gemir, y entre gemido y gemido arañaba por aquí y mordía por allá. Llegando al punto culme él la cogió del cuello, como si fuese a asfixiarla y apretaba cada vez con más intensidad. Ella no había hecho algo así nunca y al principio se sintió muy asustada pero a los pocos segundos empezó a entender que aquello le estaba gustando, que le gustaba pegar y que le hiciesen algo de daño, porque en el fondo sentía que se lo merecía, y además, le gustaba sentirse sumisa, le gustaba el hecho de no tener que controlar algo en su vida.
Aquel sueño le había asustado mucho, porque fue muy vívido, muy real. Y le había gustado, que era lo peor para ella. Volvió a la cama pero esta vez no durmió, no pudo pegar ojo en todo el día. Fue a caminar por los alrededores pero aquellas visiones le perseguían siempre y no la dejaban tranquila. Martika no entendía nada y sentía el deseo de huir, hacía otra ciudad, hacia otro mundo.

Días más tarde todo volvió a la normalidad, no había vuelto a ver a ni a Kilian ni a su "amigo", ella seguía su rutina de siempre.


Mientras, en otra parte...  dos doctores debatían sobre si finalmente la paciente necesitaría un transplante de corazón o no.

(CONTINUARÁ)

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